17 de octubre de 2009

CALLERÍA

En esa barquita va Judith.
Estaba en 2007 haciendo yo inventarios forestales en la comunidad indígena de Callería, cerca de Pucallpa, en la amazonía peruana, y me alojaba en la casa de Judith. Los Ahuanari me acogieron como a una más. Eran un matrimonio de mi edad, entonces tenía yo 26. Tenían ya tres hijos, y Judith, de 11 era la mayor. Pensar que probablemente ahora esté embarazada o cerca de estarlo…
La vida en la comunidad es muy tranquila y alegre. Los hombres se van al campo, bien pronto, y vuelven al mediodía. Antes de marchar van a por el pescado, para hacer el desayuno. Las mujeres se dedican a la artesanía, que es lo que proporciona dinero a la comunidad. Por las tardes, juegan juntos a voleibol, descansan, charlan, se despiojan, se peinan, y vuelven a poner las redes para el pescado.

Acordamos hacer unos talleres a las 6 de la mañana, ya que luego la gente va a trabajar a la chacra (el campo). Por la noche hubo jaleo, los hombres estuvieron tomando (bebiendo alcohol), hasta muy tarde. Esa mañana ningún hombre apareció en la reunión, estaban todos durmiendo la mona. Vi a Judith en la barquita, irse ella sola y volver al cabo del rato con las redes y el pescado, dárselos a su madre para que los limpiara, volver a bajar al río y subirse una garrafa de 15 litros, ayudar a preparar la sopa de pescado que acostumbran a desayunar, correr y jugar con sus hermanos…Le pregunté: Judith, y dónde está tu papá que no fue a por el pescado? Y me contestó, con una naturalidad abrumadora: Mi papá se emborrachó ayer, hoy está durmiendo, todavía está borracho. Mientras, hacía un dibujo en mi cuaderno, un dibujo de niña de once años, un dibujo que no deja intuir que la infancia de esta niña tiene los días contados.

Estuve una semana en la comunidad, y luego volví a Pucallpa a seguir con los inventarios en otro lado. Semanas más tarde debía volver a hacer otros talleres de participación, y llamé al teléfono satélite de la Comunidad. Me dijeron que no fuera que habían quemado la casa del alcalde y estaban todos muy apenados. Pedí que me explicaran un poco lo de ese incendio. Ningún incendio. Se murió la mujer del alcalde, ella era de Callería, pero él no, era de otra comunidad. Es costumbre en estas comunidades quemar la casa del que muere, y la familia tiene que marchar a otra casa. Pero en este caso, el Sr. Alcalde no es de allí, así que debe coger a sus hijos y marcharse a otra Comunidad. Así de absurdo. Así de crudo. Todos estaban deprimidos porque le querían mucho. Pero las costumbres son las costumbres. Nadie planteó hacer una excepción. Nadie planteó olvidarse de esa costumbre.

No soy quien para juzgar. No pienso hacerlo. Por haber pasado unos días con ellos, no voy a creer conocerles. No voy a creerme nada. Observo y cuento, nomás.

15 de octubre de 2009

LA FÁBRICA DE CIERZO




- Mamá, y qué máquina fabrica el cierzo?
Eso ha salido de la boquita de un niño esta tarde, mientras iba a buscar unos gatos. Y he recordado nuestro fin de semana pasado…en el Pirineo.
Habíamos fantaseado con la idea de hacer el cresterío del Vignemale, pero a medida que se acercaban las fechas surgían las pegas. Venga pues, hacemos el cresterío de la Munia. Al final fuimos un grupo de 9, a subir la arista NE del Taillón, y si se pudiera, los Gabietos, cuentas pendientes para algunos, ilusiones alimentadas, cebadas por la ilusión.
De Zaragoza salimos Donato, Álex, Jorge y yo, y nos encontramos con Nacho, JuanPa y Carlos en Bujaruelo. Xavi acudirá allí desde Barcelona, y Edesio estaba en el refugio de Serradets, ya que había salido de Ordesa por la mañana.
Extendemos en el césped cuerdas y cacharrerío (Donato, de dónde has sacado todo esto?), se me hace la boca agua, y hago fuerza para que las suelas de mis botas toquen el suelo de nuevo. El ambiente está húmedo, y una brisa nos pone los pelos de punta…venga, salgamos ya que hace un frío…y comenzamos la subida siguiendo los pasos, ya conocidos, del GR 11. A medida que avanzamos el viento coge confianza, y se junta con la llovizna que nos hace sacar cortavientos, guantes, chubasqueros,…
Salvamos unos quinientos metros de desnivel cuando vemos que una de las figuras oscuras va hacia abajo, en vez de hacia arriba como todo el mundo. Un hombre bajo una capa azul marino nos hace aspavientos con los brazos (un loco?) Nos acercamos a él y no puedo evitar la euforia al descubrir a Edesio bajo la capa azul: Edesioooooooo! Aligero el paso hacia él, para plantarle dos besos. Empapadico va el pobre…Nos dice que el refugio está lleno hasta los topes. No tenemos sitio…qué poco previsores hemos sido! Cambio de planes, de nuevo. Me sorprendo a mi misma no sintiendo ninguna pena por el imprevisto, ni preocupación por dónde dormir o qué hacer. Pienso un poco más: por qué, por qué te da tan igual, por qué no hay frustración, por qué no me preocupa que nuestro plan se vaya al traste, si ni siquiera sé dónde voy a dormir hoy…y la respuesta la tengo en mis narices: Nacho, Álex, Donato, Edesio, Xavi, JuanPa, Carlos y Jorge. Estando tan bien acompañada, qué más me puede dar dónde durmamos o a qué nos dediquemos al día siguiente? Y la verdad que al estar todos tan frescos, lo normal es que todo salga bien. En el refugio de Bujaruelo nos improvisan un campamento de lujo, y nos dan de cenar. La cena como siempre animada, estrechando unos lazos recientes para algunos, en consolidación para otros, y soldados ya incluso para algunos. Me gusta que los planes salgan bien…
Finalmente decidimos hacer la cresta que lleva al Pico Otal, y yo me dejo los bastones en el camping…aysssss, qué despiste! Hay que volver!

Una noche ventosa, una subida ventosa. Ese viento frío que vuelve locos a muchos, ese viento que roba calorías sin permiso, ese viento que en invierno sopla la nieve de las cimas, ese viento que moldea los árboles, los retuerce, los arranca; ese viento que alimenta los incendios, y hace que las llamas bailen a su son, ese viento que obliga a esforzarse al máximo para avanzar con la bici…no sé dónde está la fábrica del cierzo, pero está claro que en estos Pilares no han tenido fiesta…