14 de septiembre de 2010

ALPES: LA MIRADA INFINITA




En la escalada, la cuerda y la mirada lo dicen todo.

La cuerda te tira cuando quieres avanzar rápido, y cuelga cuando quieres sentir su presencia tensa protegiéndote, se pone entre tus piernas cuando no la necesitas, bajo tus crampones cuando el paisaje te absorbe, y la sientes minúscula cuando cuelgas de ella. La cuerda te une al compañero, con suerte al amigo, a veces a un desconocido. La cuerda es tu línea de vida, y la de tu compañero, sois uno, sois uno para uno, uno por uno.

La mirada define al escalador, eso comentaba con mis compañeros, y siento esta forma vehemente de expresarlo, no es más que hablar por hablar, una humilde opinión, que no pretende ni de lejos ofender, señalar, o afirmar nada. Me pasa a veces que cuando conozco a alguien en la montaña, me sorprendo a mi misma hurgando en sus ojos, viendo una mirada limpia, unos ojos sin perturbación, sin barreras, con una transparencia que conmueve. Luego les observo escalando y veo la mirada moviéndose con la roca y la nieve, trasladándose a la boca en forma de sonrisa, de comentario gracioso en pleno momento delicado, de paso de baile en la pared, o de canturreo en una reunión incómoda. Esos ojos se distinguen rápidamente de la mirada de cerca, que no tiene nada de malo ni de bueno, simplemente es otra, es la del techo impuesto, la de la puerta cerrada. Se tiene o no se tiene. Puedes estirarla, puedes camuflarla, puedes ponerte lentes para ver de lejos; pero la mirada infinita sale de dentro. La mirada infinita se ríe cuando sale otro día horrible después de varios metidos en una tienda de campaña, y es capaz de soltar “Bienvenidos al día de la marmota” alegremente, sin pesar. La mirada infinita te sonríe desde la tienda de campaña de enfrente mientras cae una tormenta. La mirada infinita coge las gafas de sol confiando en el buen tiempo mientras todavía nieva. La mirada infinita te susurra “tranquila” cuando se te seca la boca y te tiemblan las piernas.

En los refugios de montaña ves todo tipo de miradas; en los Alpes hay muchas lejanas, algunas infinitas. Yo me he encontrado varios conflictos de miradas estos días. Cuatro personas, dos cordadas de 2. Arista Rochefort. Uno de nosotros no quiere seguir por aquel terreno estrecho, con patio a ambos lados. Cuerda y mirada se observan de frente. Quedamos 3. Yo miro a lo lejos y observo mi barrera, sé que de ese paso no voy a seguir, y si sigo, ¿en qué condiciones puedo hacerlo? ¿vale la pena? Si decido llegar hasta allí para luego volver, obligaré a mis dos compañeros (de mirada infinita) a acompañarme de vuelta, pues sin la cuerda no se debe transitar por esas aristas. Entonces, ¿con qué cara busco la obtusidad de mi mirada y obligo a mis compañeros a volverse sin haber visto ni de lejos su raya? Decido. Me quedo, sintiéndome de nuevo miope sin gafas, pero sabiendo que la cuerda que va hacia la arista no es la mía.
A su vuelta, junto al Diente del Gigante, las combinaciones posibles se reducen a una. Es un rompecabezas con una única solución. Dos cuerdas. Cuatro personas. Dos escaladores con recursos y dos “paquetes”. Pocas horas de margen. Si queremos ir los cuatro, no vamos nadie porque sólo hay dos cuerdas, y dan para una cordada. Si suben 3, irán demasiado lentos, y las posibilidades de éxito se reducen drásticamente. De subir, sólo dos pueden hacerlo, y deben ser ella y él. Ánimo chicos! Jorge y yo volvemos al refugio animados, por terreno mixto ya conocido, desde la Salle à manger al glaciar. Los compañeros tardarán muchas horas en llegar. Las aglomeraciones pudieron con la mirada, y el tiempo les ha quitado la cima cuando casi la rozaban con las manos.

Al final las decisiones no dependen ni de la mirada, ni de la cuerda.

1 de septiembre de 2010

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Tenemos muchas horas de luz ahora en verano, y hay que aprovecharlas.
Aún comentando la escalada triunfal de la semana pasada a Pene Sarrière, con la relajación de la cuerda por encima de nosotros y por debajo de un Miguel Ángel circense, nos volvemos al Pirineo, con el depósito de gasoil bien lleno (quedarse en reserva en Gourette a las nueve y media de la noche proporciona emociones más intensas que la afilada arista que habíamos transitado...), con un montón de amigos u dos días de “paliza” por delante.
SÁBADO: Salimos de Zaragoza rumbo a Panticosa, yo casi no sabía ni dónde íbamos, pero, qué más da. Donato nos lleva, no hay de qué preocuparse, sólo hay que disfrutar, y eso sale solo. Llevamos arnés y casco, algunos cacharros: la cosa promete. Me planteo si será la salida adecuada para mis amigos Sandra y Dani, que venían a hacer una salidita por el Pirineo, y les cascamos doce horas de pateo, 25 kilómetros y más de 1600m de desnivel. Éste iba a ser en teoría el día suave, ya que la salida del domingo sabíamos seguro que era un palizón.
Subir la pedrera era un poco tostón, echamos de menos la dulce nieve en silencio, resignados, pero Donato nos alegra un poco el pedregal: “El día que me quieras...” Se le ve pletórico, eufórico, y unos cuantos “óricos” más. Hoy está mayúsculo. La trepada a la cima y ese largo en que Donato nos pone los seguros con cariño, hacen del día un cinco estrellas, qué bien la roca en la sombra. Con este ambientillo, ya en la cima, observamos el paisaje, pero no nos encantamos mucho porque hay que bajar, y queda mucha tela por delante.
Al bajar del collado, el terreno no es nada fácil, y Donato vuelve a crear el sentimiento “placenta” pegado a Sandra, indicándole paso a paso por dónde bajar, dónde colocar el pie, investigando por dónde le va a resultar más cómodo pasar. Ahí es nada...
Me tranquiliza ver que mis amigos bajan bien, que están cansados pero se les ve contentos, eso me complace...Y en cuanto llegamos al coche y nos tomamos la cervecita de rigor, ya se nos pasan todos los males (males? Qué males?) Noche de gran luna sin más techo que la tienda, medio abierta...
DOMINGO: Edesio, Enrique y yo nos quedamos en Panticosa, dispuestos a unirnos a Marie Claude el domingo para acometer, hasta donde podamos, la cresta que va de Los Infiernos al Argualas. Los infiernos tienen poco de infernales, y me traen buenos recuerdos, avanzamos luego un poco embarcados hacia los Arnales. Trepando y charlando. La de cosas que se hablan en la montaña, la de intimidad que proporciona el espacio abierto, paradójicamente. Me fijo mucho en mis compañeros. En la soltura de Enrique, la cercanía protectora de Edesio, y la gracilidad de Marie Claude, sus piernas infinitas que se mueven por la roca como las de una bailarina en una tarima. Pasa el día y los pies arden. Pensaba que se me cansarían las piernas, pero son los pies los que se quejan: ampollas en los dedos y las plantas “socarradas” Mucha tela para dos días. La aguja de Pondiellos resulta agradable, y pasar al Garmo Negro es como mágico: si por ahí es imposible que subamos! Ah, pues...sí se puede...
Yo llego al Garmo ya cansada, y veo Algas y Argualas tan cerca pero tan lejos...nada, aquí yo ya voy para abajo, que para dos días ya está bien…Edesio y Marie Claude me siguen. Enrique decide continuar y completar: ánimo! Le sobraban fuerzas para ir, y bajar al coche poco después de nosotros. Qué maravilla, qué fuerza de voluntad y qué resistencia!
Con gente como vosotros…
Próxima estación: ALPES!!!!!